Miras a Zeus
—Puede ser, no hay que descartar nada —le respondes seguro.
—¿Y te crees que es tan tonta para no darse cuenta de que todo ha sido una treta tuya para ponerla nerviosa?
Tu seguridad acaba de naufragar.
—Bueno, no sé, quizá sí —respondes inseguro—. Supongo que si se ha ido enfadada es porque se la ha creído.
—O quizá ha querido irse de la sala para obligarte a investigar otras hipótesis. Porque si no está tu principal sospechoso ya me dirás qué vas a investigar ahora.
Te quedas pensativo.
—De todas formas, —continúa Zeus— más te vale que sea así porque si no, tal como y se las gasta mi mujer, me quedo sin detective antes del primer baile. Y como no quiero que esto pase te voy a dar un consejo: búscate un protector.
—¿Un protector? —repites.
—Si Hera se lo ha creído y regresa a la sala, tú y yo, sea o no la culpable de la traición, estaremos en peligro.
Comprendes que acabas de crearle una nueva complicación a Zeus. Ahora se enfrenta a un traidor que quiere traicionarle y a una mujer celosa; aunque quizá ambos sean la misma persona. Por un lado, te sientes avergonzado y, por otro, sorprendido por lo comprensivo que se ha mostrado.
—Por cierto —le preguntas avergonzado— ¿lo tuyo con mi madre no será verdad, no?
—No —afirma rotundo—. Búscate un protector: Prometeo, por ejemplo, siempre está deseoso por ayudar a los hombres. Y sigue investigando sin lograr que pierda la paciencia.
—No sé, como tú me buscaste, me elegiste…—intentas explicarte.
Te hace un gesto con la mano para que te alejes, te giras y buscas a Prometeo con la mirada.