Te sientes aliviado
—Vamos a invitar a nuestro amigo a una copa de mi vino y no vale decir: estoy de servicio —te dice ofreciéndote el vaso Dioniso.
Dices cogerla. Esa era la única excusa que se te ocurría y ahora ya no vale. La sostienes en la mano.
—¿Te has fijado, Dioni, no bebe, tiene miedo de que se la hayas envenenado? —llama la atención Hermes.
Siguen riéndose.
—Pues si con todo lo que he bebido yo resulta que el vino está envenenado debe ser que he sobrepasado la dosis máxima.
—Dioniso, habrá que ayudar a nuestro amigo detective para que no sospeche de nosotros —le dice a su amigo.
—Amen… y salud —le responde mientras te quita la copa de la mano y la eleva antes de llevársela a los labios.
—Yo un buen día —comienza Hermes— escuche cierto rumor de que Hefesto preparaba corazas y armas para un ejército entero que, además, según cuentan, tiene que ser de gran tamaño.
Hace una pausa. Mira tu excitación en los ojos.
—Pero quizá, —continúa— son rumores. Y ya sabes que a los rumores los lleva el viento. Eso me ha dado una idea. Habla con Eolo, que a falta de un dios del pedo, es el único que entiende de vientos.
Dionisio explota de la risa.
—Podría confirmarte los rumores —concluye Hermes.
Decides apartarte de ellos que se quedan brindando por el dios de los vientos bajos. Piensas rápido. Tienes dos opciones: preguntar directamente a Hefesto sobre estas cuestiones o confirmar toda esta información con Eolo.
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