Decides sentarte en la tercera mesa. Nada más hacerlo, Poseidón se dirige a ti:
—Encantado, aquí tienes a tu mayor sospechoso. Seguro que me tiene en su libreta en primer lugar —dice dirigiéndose a los demás.
Todos ríen.
—Deja al chico en paz —te defiende Prometeo—. Tú, tranquilo, ya irás conociendo el particular egocentrismo de los dioses. Me das lástima, te has metido en la boca del lobo. O que te crees que si fallas Zeus te va a dejar regresar de rositas.
Recuerdas la visión del castigo que te espera que la Sibila te mostró antes de entrar.
—Él ya sabe lo que le espera al final del día de hoy. Ya le ha sido dicho, por alguien que ve más que yo —contesta por ti Tiresias.
—Entonces, lo que podríamos hacer es ayudarle a coger al malo —tercia Poseidón. A ver Polifemo, hijo mío, ¿tú lo ves claro?
—Yo creo que bien podría ser Prometeo, es el que más motivos tiene para asesinar a Zeus. La venganza, sabemos, es un plato que se sirve mejor frío —apunta el cíclope.
—No, esta traición tiene que estar pensada a un nivel más alto. Se trata de uno de los Olímpicos. Quizá el que más cerca está de Zeus —acusa Afrodita—.
—¿Te refieres a Hera? —pregunta Polifemo.
—¿Por qué no? —contesta Afrodita—. Ya sabemos que nunca han tenido una buena relación, ella se ha pasado la eternidad intentando vengarse de las amantes de Zeus. Igual ha decidido cortar por lo sano. Muerto el perro…