Rechazas la propuesta de Deméter.
Cuando se los has comunicado, sólo ha alzado una copa señalándote a ti y, después ha bebido un sorbo. Piensas en si habrá vertido los polvos venenosos en ella. La miras fijamente, temiendo que en cualquier momento caiga desmayada entre espasmos.
Cada segundo se te hace interminable. Ni siquiera notas que por detrás se te acerca Ares.
—No te preocupes, que el veneno al veneno no puede hacerle daño —te dice socarronamente.
Te preguntas cómo es posible que él lo sepa.
—Siempre lo lleva encima, esperando una mano ejecutora —te explica ante tu mirada sorprendida—. Hoy, simplemente, te ha tocado a ti.
—¡Vaya suegra! —te atreves a bromear.
—Sí, es un poco egoísta. Nunca piensa en cómo sería mi vida sin Perséfone. ¿Te imaginas? Viviendo sólo en el infierno. Ella me ayuda a sobrellevarlo, sino me hubiera vuelto loco. Supongo que tengo que agradecer a Zeus que intercediera por mí.
Te quedas pensando sobre sus palabras. ¿por qué ha dicho eso sobre Zeus? Se produce un silencio incómodo.
—¿Qué tal llevas la investigación? —te pregunta para romperlo.
—Creo que acabo de hacer un gran avance —le dices desafiante—. Aunque me faltan bastantes piezas del puzzle.
Te mira extrañado. Crees que no se ha percatado de tu velada acusación.