—Sísifo —repite tu llamada—. ¿Has reflexionado alguna vez sobre mi nombre? Yo lo he hecho. Es lo que tiene la eternidad, que da tiempo para todo. Sísifo, casi como pidiendo perdón cuando sale de la boca. Sísifo, apenas un susurro que desaparece. Quizá por ello hayas tardado tanto en venir a hablar conmigo. Tiempo perdido, sin duda.
Sísifo habla con cierta arrogancia, dejando patente su condición más elevada.
—Muchos te han hablado, pero estoy seguro que nadie te ha dicho casi nada —continúa—. La astucia, amigo. te hará salir victorioso como me lo hizo a mi o a Ulises.
Afirmas con la cabeza aunque no te gusta el tono con que habla.
—¿Puede el hombre desafiar a los dioses? —te pregunta.
La pregunta te ha cogido por sorpresa. La conversación parece moverse sin rumbo y tú no sabes qué contestar.
—Lo que está claro es que un dios puede desafiar a un mortal —te responde—. He convencido a mi padre para que te ayude, pero debido a tus antecedentes, tendrás que ganarte su confianza.
Bajo su túnica guarda un frasco que pone ante tus ojos.
—Es ambrosía, el alimento que concede la inmortalidad. Sólo tendrás que llevárselo a mi padre Eólo y él te ayudará.